Cuando uno tiene la oportunidad de trabajar en un encuadre psicoterapéutico en el que se le puede dedicar a la persona el tiempo que necesite, en el que se puede llegar a comprender con precisión las dificultades por las que ésta atraviesa, las etiquetas diagnósticas sobran. Prescindir de las etiquetas diagnósticas tiene el gran beneficio de no tener que cargar con la pesada losa que, en muchos casos, éstas suponen. Por un lado, la persona diagnosticada de una supuesta enfermedad mental puede asumir la identidad de enfermo, trastornado (ya que muchas de ellas son calificadas como trastornos)o discapacitado, con lo que, de entrada, habrá empeorado su situación. Por otro lado, expresiones como “tengo o tienes una depresión, una anorexia, un trastorno obsesivo” dan a entender que la realidad etiquetada es algo ajeno a la persona, como una gripe, de lo que hay que librarse cuanto antes. Pues bien, lo que desde ciertos sectores de la Psiquiatría y la Psicología se etiqueta bajo la denominación de enfermedad mental, en unas ocasiones, no es más que una respuesta afectiva, en perfecto funcionamiento, a ver las cosas desde una determinada perspectiva. En otras, es el resultado de no haber podido completar el proceso de crecimiento, debido, sin duda, a que no se dispuso del medio más propicio para hacerlo. También puede consistir en una serie de estrategias y mecanismos apropiados para sobrevivir en un tipo de circunstancias, que, más adelante, resultan inadaptadas a nuevas situaciones, no pudiendo la persona prescindir de aquellas, ya que, en definitiva, es como ha aprendido a vivir (algo así como lo que les sucede a los que pasan un largo periodo luchando en una guerra y luego tienen que adaptarse a vivir en paz). Otras veces es el resultado de que no nos ponemos de acuerdo con nosotros mismos: una parte de nosotros hace, dice, piensa o siente unas cosas que a otra parte le parecen muy mal. Y, otras veces, es nuestra forma de se
Así como en medicina, las más de las veces, el diagnóstico es el primer paso para la curación, en psicoterapia no lo suele ser casi nunca. Conclusión: ¿Para qué ponerle una etiqueta a algo que tengo el tiempo que haga falta para describirlo con precisión? Luego, en ese proceso, sí se puede emplear el recurso expresivo de decir en una palabra, en una frase, cómo se siente uno, cómo define uno una determinada situación, y ahí sí que se gana comprensión.