La susceptibilidad podría definirse como la facilidad con la que el ego se siente herido en el contexto de las relaciones humanas, es decir, por lo que «nos hacen», «nos dicen» o piensan las demás personas. Este daño subjetivamente vivido traerá siempre como consecuencia una reacción defensiva (agresiva), sea esta abiertamente exteriorizada, como en las explosiones de ira, o tramitada de formas más encubiertas.
Conviene tener claro que todos tenemos un ego susceptible de sentirse dañado por la actuación de los demás. Las diferencias interindividuales estriban en la facilidad con la que esto va a suceder.
Las personas con un alto grado de susceptibilidad necesitan sentirse el centro de atención así como una constante aprobación por parte de los demás, toleran muy mal las críticas, se ofenden y enojan con facilidad, suelen ser muy autoexigentes y poco indulgentes con los propios errores, generan en los demás la sensación de tener que andar siempre con mucho cuidado de lo que se dice o hace. La susceptibilidad correlaciona pues con el egocentrismo. Aquí decimos lo mismo: todos somos egocéntricos, eso sí, en diferente grado.
Intentemos describir cómo se viven las cosas desde posiciones altamente egocéntricas:
– El mundo debe girar en torno a uno y rendir un continuo y merecido homenaje. Los demás son un espejo que debe devolver una imagen grandiosa.
– Las demás personas no son reconocidas plenamente como individuos diferentes e independientes de uno, sino simplemente como personajes de la propia historia, por lo que desde estas posiciones se entiende que los demás deben ceñirse al papel asignado. Es decir, los demás están en el mundo para vernos como nosotros queremos que nos vean y para hacer lo que nosotros queramos que hagan.
¿Qué sucede entonces? Pues que la persona bajo tales expectativas encontrará la realidad altamente frustrante y dañina, y se enojará, creyéndose además con las más poderosas razones para hacerlo, lo que no contribuirá normalmente a que los demás le respondan con una mayor sensibilidad hacia su egocentrismo, sino más bien al contrario, con cierto rechazo.
¿Por qué es una mala consejera? Fundamentalmente porque convierte todo lo que no sea la respuesta esperada en algo malo, y por tanto merecedor de una reacción defensiva agresiva, cuando lo diferente de lo esperado puede en muchas ocasiones ser también bueno, o al menos indiferente y normal. Desde la susceptibilidad nos quejaremos continuamente de que las cosas no son como deberían, perdiendo la oportunidad de vivir, al menos con algo de satisfacción, la vida real.
La susceptibilidad nos dirá: «Si no te dan lo que quieres, no quieras lo que te dan».