Podría empezar este artículo con una pregunta del tipo «¿cómo es posible que una persona llegue a odiarse a sí misma?», pero creo que una realidad tan extendida no debe ser abordada desde la sorpresa. Posiblemente la mayor parte de las personas que lean esto habrán experimentado en primera persona, al menos ocasionalmente, qué es odiarse a uno mismo. Al que le suene ajeno, ¡enhorabuena!
Me centraré exclusivamente en señalar las dos condiciones principales en las que se basa que la relación afectiva con nosotros mismos esté dominada por el odio:
1. El odio hacia uno mismo suele ser el resultado de unas expectativas grandiosas frustradas. Es la expresión del rechazo a cómo somos en comparación con la imagen idealizada de cómo deberíamos ser. Es decir, el odio a uno mismo se basa en un excesivo deseo de auto-glorificación.
2. El odio hacia uno mismo puede ser también el resultado del procesamiento emocional del rechazo vivido en los vínculos amorosos, empezando por el existente con nuestros propios padres. En primer lugar, el ser humano aprende a verse y a tratarse a sí mismo como primero ha sido visto y tratado desde fuera. El odio a uno mismo es, pues, reproducción en la relación con uno mismo de lo vivido en lo interpersonal. Por otro lado, la ruptura con el objeto de amor puede traer como resultado la vivencia de que éste se lleva «todo lo bueno», quedando para uno «lo malo». Finalmente, las personas optamos a veces por dirigir hacia nosotros mismo los sentimientos agresivos dirigidos, en inicio, a otros.
Esto nos pone en la pista de cómo conseguir, si es que es este un propósito deseable para nosotros, dejar de odiarnos: En lo que respecta a la primera condición, lo fundamental es modificar la idea que tenemos de cómo deberíamos ser. En lugar de creer que deberíamos ser los más guapos, los más listos, tener un cuerpo estupendo, mucho dinero y además ser humildes, podemos decirnos que deberíamos ser como somos pero un poquito mejores.
El cese del odio debido a la segunda de las condiciones pasa por el crecimiento personal, uno de cuyos componentes esenciales es la comprensión de cómo hemos vivido la relación con nuestros propios padres, con especial referencia a la agresividad, tanto la suya hacia nosotros como la nuestra hacia ellos. Con este crecimiento se dará por terminada la vinculación infantil con nuestros padres y, con ello, dejaremos de odiarnos por no ser como ellos querían y de odiarles a ellos, en este caso, a través de la auto-agresión.